Entendía perfectamente de qué iba todo esto. Aun así, le pidió a Amy:
—No te preocupes, hablaré con él.
—Entonces iré a la cocina a preparar lo demás —respondió Amy, aliviada.
—Gracias —contestó Luciana.
Con paso decidido, se dirigió a la puerta del estudio y llamó con suavidad.
—Está abierto —se escuchó desde el interior, con un tono áspero y cargado de enojo.
Luciana tomó aire antes de entrar. Encontró a Alejandro reclinado en su gran silla ejecutiva, con las piernas apoyadas en el escritorio y la vista fija en la pantalla de la computadora. Para no molestarlo en caso de que fuera trabajo, se quedó a una distancia prudente.
—¿Sigues ocupado? Ya es hora de cenar —le dijo.
Alejandro no apartó la mirada de la pantalla, y su respuesta fue cortante:
—No voy a comer.
—¿Por qué no? —Luciana enarcó una ceja. Esto es ridículo, pensó, ¿en serio va a dejar de comer solo para seguir con su berrinche?
—No hagas pucheros infantiles. Vamos, vamos a cenar.
La reacción de Alejandro fue levantar la vi