En el estudio, Alejandro se sentía tan irritado que sacó un cigarrillo dispuesto a encenderlo, pero se detuvo. «Luciana está embarazada. Detesta el olor del tabaco y me prohibió fumar adentro.»
Bufó con frustración y arrojó el cigarro a un lado sin encenderlo. Justo entonces, su teléfono sonó. Era Sergio.
—¿Qué pasa? —respondió, con voz áspera.
—Primo… —Sergio titubeó un poco, como conteniendo la emoción—. No sé si debería contarte esto.
—¿Ah? —Él comenzaba a impacientarse—. Si lo ibas a soltar, suéltalo de una vez. ¿Para qué llamas si te vas a quedar callado?
—Está bien —respondió Sergio, tragando saliva antes de continuar—. ¿Recuerdas la mariposa… el broche para el cabello?
Alejandro entrecerró los ojos, jugueteando con su encendedor. De pronto, se irguió en la silla.
—¿Te refieres al broche de mariposa?
—Sí —confirmó Sergio.
Aquel pasador de mariposa que Alejandro había comprado en una subasta años atrás, con la intención de regalárselo a “Mariposita”, la chica de su infancia. Desde