—Claro, primo.
—Luciana, vámonos.
Juan abrió la puerta del auto, y Luciana subió. En pocos minutos, el vehículo arrancó y desapareció en la carretera.
La partida de Luciana fue un alivio visible para Mónica. Mientras Alejandro no estuviera con ella, todo estaba bajo control.
Luego, Alejandro acompañó a Ricardo, Clara y Mónica al auto y se aseguró de que subieran.
—Maneja con cuidado —indicó al conductor—. Llámame cuando llegues para confirmarme que todo está bien.
—No se preocupe, señor Guzmán.
El vehículo se alejó, llevándose a la familia Herrera, pero el semblante de Alejandro cambió tan pronto se quedaron solos.
Con un gesto rápido, abrió la puerta de su propio auto y subió con una expresión sombría.
—Conduce.
La orden fue corta y directa, su tono tan frío como la oscuridad antes del amanecer.
En el auto, junto a él, iba Simón, su primo.
—Llama a tu hermano y dile que se detenga en algún lugar.
—¿Qué?
Simón, sorprendido, apenas entendió lo que acababa de escuchar.
—Dile que se deten