Poco después, Ricardo no pudo más.
Con el rostro enrojecido y un hipo intermitente, levantó ambas manos en señal de rendición.
—Señor Guzmán, de verdad no puedo seguir.
—¿Ah, no? —respondió Alejandro, fingiendo decepción—. Qué pena, tenía ganas de seguir compartiendo con usted esta noche especial.
Luciana, en silencio todo este tiempo, llamó discretamente al mesero y pidió una taza de agua caliente.
Cuando se la trajeron, la colocó frente a Ricardo.
—Beba un poco de agua caliente, le ayudará.
—Gracias.
Ricardo tomó la taza con una sonrisa de gratitud, mirando a Luciana con orgullo mientras asentía complacido.
Del otro lado de la mesa, Alejandro se tensó, su rostro endurecido por una furia contenida.
¿Acaso no sentían vergüenza?
Actuaban con una cercanía descarada frente a todos.
Por otro lado, Clara y Mónica también lucían tensas, pero por razones distintas. Para ellas, esa cercanía era preocupante. Algo no cuadraba.
—Bueno… —Clara forzó una risa, mirando el reloj—. Es hora de cortar e