Afuera, en el pasillo, Alejandro, Fernando y Bruna esperaban en un incómodo silencio.
De repente, el teléfono de Bruna sonó.
—¿Mamá? Sí, ya terminó todo. Pronto estaré de regreso.
Colgó, luego miró a Fernando con ojos esperanzados.
—Fernando, mi mamá quiere que regrese a casa.
Fernando permaneció inmóvil, sin siquiera responder.
Era evidente que no pensaba irse. No se movería hasta que Luciana saliera.
Bruna suspiró y, viendo que no obtenía respuesta, agregó:
—Entonces me iré sola.
—Está bien…
Fernando asintió levemente, incapaz de desviar su atención de la puerta del salón. No podía dejar a Luciana, no en este momento.
Pero entonces su propio teléfono comenzó a sonar. Era Victoria.
—¿Mamá?
La voz de Victoria llegó firme y preocupada.
—Fernando, ya es tarde. ¿Por qué no has llevado a Bruna a casa? Qué bueno que se lleven bien, pero no deberían quedarse fuera tan tarde. Sus padres estarán preocupados.
Fernando miró a Bruna y frunció el ceño.
—Es tarde, hijo. Llévala a casa con seguridad