Lo inesperado fue que Salvador también estaba allí.
—Martina.
Salió desde adentro para recibirlos.
—Esto es grande; temí que no encontraran la sala. Vengan.
—De acuerdo.
—Gracias.
Una vez dentro, un agente condujo a Marc a hacer el reconocimiento y firmar la declaración. Como Martina no era la parte directa, tuvo que esperar afuera.
—Siéntate —dijo Salvador.
La llevó a la sala de descanso del personal y le sirvió un vaso de agua.
—Gracias —dijo Martina, un poco incómoda—. ¿No está mal que me quede aquí?
Era, después de todo, el espacio del personal.
—¿Mm? —Salvador alzó una ceja, sonriente—. Si te incomoda, te llevo a la oficina de mi hermano Santiago. Es más amplia… y, sí, mucho más cómoda.
—¡No, no hace falta! —Martina alzó las manos—. Aquí estoy bien…
Se sostuvieron la mirada. Salvador fue el primero en sonreír.
—¿Por qué te pones nerviosa?
—¿Y todavía preguntas? —ella le lanzó una mirada—. ¿Para qué me tomas el pelo?
—No te estoy tomando el pelo. —Él moderó la sonrisa—. Tú sabes qu