Como ya sospechaba algo, Martina empezó a ponerle más atención a Marc y, a propósito, lo observó de cerca. Varias veces lo sorprendió contestando llamadas a escondidas. Incluso fue a la empresa a buscarlo y, en dos ocasiones —en pleno horario laboral—, no lo encontró.
No estaba bien. Para nada.
Lo había encarado varias veces, pero Marc siempre se salía por la tangente, balbuceaba y jamás decía la verdad.
Al final, Martina igual le pescó la punta del hilo.
Esa noche, después de cenar, Marc se levantó para contestar una llamada. Martina, ya sobre aviso, lo siguió sin hacer ruido.
Él se detuvo en la terraza y no notó que su hermana estaba detrás.
—¿Otra vez llamas? ¡Ya te di el dinero! —espetó.
Del otro lado dijeron algo que Martina no alcanzó a oír.
La expresión de Marc se tensó, cada vez más nerviosa; la rabia se le notaba.
—¿Qué? ¿Más? ¿No van a parar nunca?
Guardó silencio un momento, escuchando.
—Está bien —cedió al fin, con impotencia—. ¿Cuánto esta vez?
Apretó los dientes.
—De acue