Fin de semana.
A la hora de salida.
Salvador guardó sus cosas, tomó las llaves del auto y el celular y estaba por irse cuando sonó. Era Ivana.
—Mamá.
—Salvador, no se te olvide venir a cenar esta noche.
—Lo sé —sonrió—. Ya me lo recordaste varias veces hoy. ¿Cómo se me va a olvidar?
—Es que luego te sale algo a última hora.
—No habrá nada. Ya terminé. Voy para allá.
—Te esperamos.
—De acuerdo.
Colgó, bajó al estacionamiento, sacó el auto y condujo hasta la Casa Morán. Al llegar, encontró todo demasiado silencioso. Entró a la sala, miró alrededor. «¿Llegué muy temprano?», pensó. No veía a ninguno de sus hermanos.
Pero algo no cuadraba: aunque ellos estuvieran ocupados, ¿y las cuñadas? ¿y los sobrinos? No había nadie.
Se oyeron pasos: Ivana apareció.
—¿Ya llegaste?
—Mamá —Salvador sonrió—. ¿Soy el único? ¿Y mis hermanos? ¿No vienen?
Ivana se sonrió.
—Hoy no vienen.
—¿No? —se extrañó. ¿Qué significaba eso? Bromeó—. ¿Me invitaste a cenar solo a mí?
—Ajá. ¿Qué dices? ¿Mi hijo menor me hace