—Martina.
Salvador se inclinó de golpe y le murmuró al oído, muy bajo:
—Escúchame bien: vas a hacerle caso al médico y vas a salir bien. Si no… no pienso quedarme solo el resto de mi vida. Me voy a entregar a otra persona. A ver si te da lo mismo.
Las lágrimas le brotaron como si alguien hubiera abierto una llave.
—¡No te lo permito! —sollozó—. Voy a salir bien, ¿me oíste? Olvídate de andar con nadie. ¡Eres mío!
—Qué segura te oyes. Te voy a esperar… —respondió él, con una sonrisa que le tembló.
La enfermera apuró el paso. Las manos, apretadas como un nudo, tuvieron que separarse. La camilla avanzó poco a poco y, cuando las puertas del quirófano estaban por cerrarse, Salvador alzó la voz:
—¡Martina! ¡Lo de hace un momento fue una tontería! ¡Tú vas a salir bien! Si no, yo tampoco voy a levantar cabeza. ¡No me vas a dejar solo, ¿verdad?!
Martina apretó los ojos y se cubrió la cara con la mano. “¿Y si querer no alcanza?… Dios, si escuchar sirve de algo, por favor: déjame salir viva para v