No era difícil entenderlo.
Martina pareció captar el sentido y, aun así, lo miró sin parpadear.
—¿Tú… qué te vas a cortar?
—Tontita —Salvador le acarició la mejilla—. Te voy a acompañar. Me voy a rapar contigo.
Esta vez sí lo comprendió. Apenas desvió el rostro, bajó los párpados… y las lágrimas se le resbalaron de golpe, sin aviso, sin colchón.
Lo miró otra vez, con los ojos anegados.
—¿Para qué te rapas tú? Con lo guapo que eres…
Negó, entre sollozos.
—No hace falta. No tienes que hacerlo por mí.
—Si te acompaño o no lo decido yo, no tú —le dijo suave, frotándole la cara con la palma—. ¿Me vas a llevar la contraria y ponerme triste, justo hoy que quiero hacer esto?
—Qué necio… —Martina sorbió la nariz y, con una sonrisa que apenas le salió, cedió—. Está bien. Te doy el sí… a regañadientes.
—Gracias.
Se miraron y sonrieron.
Poco después salieron del salón tomados de la mano, los dos con gorras iguales. El personal los siguió con la mirada, conmovido.
—Qué amor tan bonito.
—Quién diría