Del otro lado de la puerta, Martina se quedó inmóvil. La mano que había alzado terminó por bajar, despacio. Con la mirada caída, dejó escapar un suspiro casi imperceptible.
***
A la mañana siguiente, apenas bajó las escaleras, percibió el olor intenso de la infusión.
—Marti —Salvador entró desde afuera con una sonrisa—. ¿Ya despertaste? Justo iba a llamarte. Vamos a desayunar. La medicina ya casi está lista.
—Ajá, bien.
En esos días no le había dado mucha hambre: comió medio sándwich y dejó la leche a la mitad.
—Toma —Salvador le puso el tazón enfrente—. Ya no está tan caliente. Bébela.
—Ajá, bien.
Martina asintió, tomó el tazón y, de un trago, se terminó la infusión. Luego abrió la boca.
—¡Rápido!
Salvador se rió y le puso un dulce de fruta en los labios. Ella masticó con los cachetes inflados.
—¿Amarga? —él le ofreció otro—. Come más para quitarte el sabor.
—Sí, está bien amarga.
Martina tragó el dulce, apoyó la barbilla en la mano y lo miró.
—¿Estás ocupado ahora? ¿Puedes platicar c