—¿A qué?
—A ver quién aguanta más la respiración. Si tú ganas, dejo de pelear. Si gano yo, me dejas irme ahora mismo.
Martina lo dijo y no esperó su respuesta. Contó:
—Una, dos, tres… ¡ya!
Hundió el cuerpo y desapareció bajo el agua.
—¡Marti!
A Salvador no le quedó otra que seguirla.
Ella no había propuesto el reto por capricho: de estudiante había sido del equipo de natación, y ni siquiera Fernando Domínguez la superaba. Ganarle a Salvador no debía ser problema.
Cuando calculó que ya estaba, emergió. Se peinó el agua hacia atrás con ambas manos y miró alrededor buscando a Salvador. No lo vio.
—¿Salvador?
Nada.
—¡Salvador! —alzó más la voz, sin obtener respuesta.
Quien apareció fue la empleada:
—Señora, ¿pasa algo? ¿El señor no está con usted?
Martina se heló. Miró al fondo de la alberca.
¿Seguía abajo? ¿Y si, por querer ganarle, se había pasado de tiempo… y se había quedado sin aire?
—¡Salvador!
Se zambulló de cabeza. Ahí estaba. Cerraba los ojos. El pánico la atravesó; sin pensar, le