Se detuvo un instante, la miró con seriedad y dijo:
—A quien amo es a Martina.
Ante la mirada atónita e incrédula de Estella, se apartó de su abrazo.
—Cuídate, Estella. Y por favor… no me busques más.
Dicho esto, se volvió y salió sin vacilar.
—No… no… —Estella siguió su espalda con la vista, primero en un murmullo y luego a gritos, hasta romper en llanto—. ¡No es así! Lo siento, me equivoqué, Salva… perdóname…
Salvador ya no la escuchó. Para entonces había dejado la boutique, tomado el elevador y cruzado el estacionamiento. Subió al auto y se lanzó a la avenida.
En medio del bullicio, pensó que de joven había amado y se había roto. Pasaron años para sanar aquella herida. Al final fue una mujer llamada Martina quien lo curó.
Apretó el acelerador y apuntó hacia la casa de los Hernández.
A esa hora, en casa, acababan de almorzar. Martina había tenido buen apetito: un taco y dos trocitos de carne.
Después, salió con su mamá. Se le había antojado comer cerezas y Laura la llevó al mercado d