—Lo entiendo. Claro que lo entiendo.
El gesto de Lucy Pinto se había vuelto muy complejo—. Quédate tranquila: no soy tan descarada. No crié a Pedrito, y ahora que está convaleciente… ¿cómo podría lastimarlo otra vez?
Luciana no terminó de creerle. ¿Qué madre no querría reconocer a su propio hijo? Antes, Lucy se había contenido… y aun así no pudo evitar presentarse ante ella.
—Luci —Lucy le apretó la mano—. Esta vez créeme: no voy a decirle nada que no deba.
Bajó la mirada con una sonrisa amarga.
—Verlo así, tan centrado, solo me hace desear que termine la escuela y que viva bien su vida.
Luciana la sostuvo con la mirada, limpia y firme.
—Lo estás diciendo tú. No lo traiciones.
—No lo haré —respondió Lucy, dándole unas palmaditas—. Si tú y Pedrito están bien, no hay nada mejor.
Zanjado eso, Luciana se acordó de otra cosa.
—¿Viniste sola?
—No. Enzo me acompañó; no quiso dejarme viajar sola.
No era que Lucy fuera delicada. Por un lado su salud; por el otro, la guerra abierta entre Enzo He