Abrió el mensaje.
“Luci, ya entro a seguridad. Voy a Vancouver a verte. Espérame.”
Al terminar de leer, a Luciana se le aceleró el corazón. Alejandro iba a Vancouver… ¿qué asunto podía ser tan urgente que necesitara decírselo en persona? Sin razón aparente, el pulso se le desbocó. No quiso hilar más fino. “Mañana ya habrá llegado; se lo preguntaré de frente.”
Pedro seguía débil tras la cirugía. Como pocas veces podía viajar a verlo —y más ahora que conocía su lazo de sangre—, Luciana lo cuidó con una ternura minuciosa, sin dejar un detalle al aire.
—Ustedes dos se adoran —comentó Balma al relevarla—. No cualquiera se toma el cuidado que tú te tomas.
—No es lo mismo, Balma —sonrió Luciana—. A Pedrito lo crié yo.
—Anda a descansar. Cuidar también cansa.
—Hermana, a dormir —pidió el chico, apenas audible.
—Está bien, ya voy.
Con el estado de Pedro estable, Luciana dejó el hospital y volvió al departamento de Vancouver. Ese lugar lo había elegido en vida Ricardo para su hijo. Luciana ignor