Salvador acompañó a Martina hasta la habitación y la ayudó a recostarse.
—¿Necesitas algo? ¿Agua? ¿Tienes tratamiento en la noche?
Soltó tantas preguntas seguidas que ella no supo por cuál empezar. Entendía su estado, pero reconoció el viejo defecto de él: ponerse a “resolver” todo.
—Salvador —lo tomó de la mano—, ya. No necesito nada. El tratamiento terminó en el día. En la noche solo debo descansar.
El sentido era claro: estaba pidiéndole que se fuera.
Salvador no supo si no oyó o prefirió hacerse el desentendido.
—¿Quién es tu médico tratante?
Quería hablar con él sobre el caso.
Martina se rindió a una sonrisa cansada.
—No te preocupes. Es colega de mi mentor, un referente en neuro. Me cuida muy bien. Y además yo soy médica, y Luci está encima de todo.
Tenía, literalmente, los mejores cuidados. No necesitaba que Salvador “hiciera” nada.
Él frunció el ceño, con el pecho atiborrado de una culpa que no tenía por dónde canalizar. A estas alturas, por más que se arrepintiera, no podía ca