Llegaron diez minutos antes de la hora prevista; aun así, Salvador ya estaba ahí. ¿Qué tanta prisa traía?
Martina pensó que, por más que se hubiera negado a soltarla hasta el último segundo, cuando él decidió ser tajante, no le tembló la mano. Mejor así: un corte limpio y definitivo.
El abogado se puso de pie y las saludó con una sonrisa.
—Señora Morán, señorita Herrera, tomen asiento.
—Ya no soy la señora Morán —lo corrigió Martina.
—Eh… hasta que no terminemos el trámite, legalmente aún lo es. Siéntense, por favor.
—Marti —Luciana le dio un tironcito en el brazo.
Martina se sentó sin mirar a Salvador, aunque lo tenía justo enfrente. Desde que ella cruzó la puerta, en cambio, la mirada de él no se apartó ni un segundo. En quince días, ella había recuperado un poco de mejilla. Salvador torció la boca. “Parece que, ‘libre’ de mí, está contenta”, pensó, con una mueca.
—En esencia, esto es todo —explicó el abogado, repasando el convenio—. Si están de acuerdo, firman aquí.
—Bien.
No había