Salvador y Martina habían terminado; él mismo lo dijo en voz alta.
Aun así, el chef que había contratado seguía llegando puntual cada día.
Luciana ya había hablado con él. Cuando el cocinero se enteró de que la relación de su empleador con la paciente “se había roto”, se puso nervioso.
—¿Entonces… sigo cocinando? El señor Morán no me avisó nada —preguntó.
—Mira —Luciana ya lo tenía resuelto—, cocinas muy bien. Si tú quieres, nosotras seguimos contratándote. Lo que te pague Salvador, te lo pagamos igual.
—Eh… —el chef negó con la cabeza—. Por ahora el señor Morán me sigue depositando. No hace falta. Si cambia la situación, se los aviso.
—De acuerdo.
Aprovechó para hablar del menú: como Martina estaba en recuperación, su dieta debía ser especial. Y más adelante, cuando empezara el tratamiento, tampoco podría comer como cualquiera.
El chef tomó nota de todo.
—Entiendo. He hecho menús de recuperación antes. Si necesitan algo específico, avísenme con un día de anticipación. Con estas comida