Salvador inclinó el rostro y, con la yema de los dedos, le secó las lágrimas.
—Estar embarazada pega fuerte, ¿verdad? —la voz le salió suave—. Entonces aquella vez que vomitaste en el hospital… eran náuseas del embarazo, ¿no?
No esperó respuesta: ya lo daba por hecho. Frunció el ceño, entre impotente y culpa.
—Fue mi error. Llevaba tiempo queriendo que te embarazaras y ni en eso reparé.
Martina lo miró, atónita.
—Es culpa mía —siguió, sin darse cuenta del golpe que estaba dando—. No tengo experiencia; no volverá a pasar. ¿Te sientes muy mal? Dicen que el primer trimestre es el más duro. Y tú debiste recién quedar… ¿ni un mes?
Cuanto más hablaba él, más se le enfriaba el cuerpo a Martina, aun con la casa templada.
—Salvador —lo sostuvo con la mirada, fría y nítida—. Dímelo claro…
—¿Lo hiciste a propósito?
—¿A propósito qué?
—Ya sabes.
Se miraron sin pestañear. Al final, Salvador bajó la vista.
—Sí.
—¿Qué? —Martina se soltó de golpe y se puso de pie—. ¡Lo sabía! Acordamos que no tendríam