Martina se quedó rígida, con los dientes golpeándose apenas.
—Tú… hoy, ¿a qué viniste?
¿Se iba a echar para atrás?
—Ja… —Salvador vaciló un segundo y sonrió—. A estas alturas lo digo sin rodeos: nunca pensé en divorciarme de ti.
Hasta hoy no había encontrado cómo quitarle a Martina esa idea de la cabeza. Venía, la miraba, estiraba el asunto… y así iba tirando.
Ahora, el problema estaba resuelto.
Martina lo miró con rabia; no halló palabras. Con él nada de lo que decía cuajaba: no aceptaba y tenía su propio libreto.
—No te enojes. Le hace mal al bebé —la atrajo y la abrazó, con voz baja—. Dime, si mis papás se enteran de que estás embarazada, ¿te imaginas la felicidad? Aunque ya sean abuelos por otros nietos, llevan rato ilusionados con un hijo nuestro.
Pegó la mano al vientre de Martina.
—Va a ser el consentido de la casa, mi tesoro.
Salvador se fue.
Martina se dejó caer en el sofá, vacía de fuerza; el miedo y la angustia le hacían un nudo en la garganta.
—Marti —bajó Luciana.
Lo había