“Está bien, déjala.” Pensó que, lo dijera o no, tendría a su amiga a su lado.
—Luci —Martina se inclinó al oído de Luciana y bajó la voz—. Ya que andamos por aquí… vayamos a la tienda de bebés.
Su excusa:
—De paso le compramos ropa a Alba.
Luciana no la desenmascaró; se prestó al juego.
—Perfecto. Gracias, la tía de Alba.
—¿Gracias de qué? ¡Vamos!
Cambiaron de rumbo y subieron al departamento infantil.
Frente al módulo de recién nacido, Martina miró biberones, ropita, mamelucos; el corazón se le ablandó y le dolió a la vez.
La maternidad es instinto. Y, aun así, tenía que renunciar. Ese bebé podría haber llegado a un hogar feliz —de los que dicen que nacen con la cuchara de plata—; en los hechos, ni siquiera tendría la oportunidad de conocer este mundo.
—Luci —dijo, acariciando un par de calcetincitos—. Son hermosos, ¿verdad?
—Sí. —Luciana acercó una canasta—. Si te gustan, llévalos.
—¿Puedo?
“Al final no los usará…”
—Claro. Lo que quieras hacer por él/ella, hazlo ahora.
Martina ladeó