Tras la revisión, su mentor frunció el ceño y se quedó un rato en silencio.
Martina era una de sus alumnas más valiosas. Al fin entendió:
—¿Por eso dijiste que ibas a tomarte un tiempo y dejar de trabajar?
—Sí, doctor —asintió Martina, con un dejo de culpa. No era su intención, pero…
Él solo suspiró.
—Mira —señaló las imágenes—: por la ubicación, si no crece, y si mantienes buen ánimo y no hay comorbilidades, no debería ser grave…
La otra posibilidad era que siguiera creciendo: entonces comprimiría nervios y zonas funcionales del cerebro. Y quedaba por definir la naturaleza del tumor: si era benigno, hablaríamos de daño funcional; si era maligno, las consecuencias son impredecibles.
Entre médicos, sobraban las palabras.
Martina ya lo sabía; por eso estaba relativamente serena.
La que tuvo que apartar la cara fue Luciana, con los ojos vidriosos, parpadeando para contenerse.
—Hagamos esto —prosiguió el mentor—: contacto a un colega senior y vas con él. Definimos conducta y armamos un pla