—Marti…
—Salvador. —Martina ya estaba harta—. A ella la puedes cuidar tú. Yo no. Que si la golpearon, que si el marido le puso el cuerno, que si se divorció, que si todos la dejaron sola… no me importa. ¿Te queda claro?
Salvador se quedó sin palabras.
—¿Y yo para qué sigo en esto? —Martina se arrepintió apenas habló. Estaba cansada—. Darle vueltas y vueltas no tiene sentido. No quiero repetirlo más. Esta es la última vez. Y por favor, no intentes arreglar nada.
Se puso de pie.
—Ya fui clarísima. La próxima vienes con el acuerdo. Si vuelves con las manos vacías, no tiene caso que nos veamos.
Pero Salvador no se movió.
—¿No te vas? —Martina lo fulminó con la mirada.
—No puedo —negó—. El auto se descompuso y se lo llevó la grúa. Vine en app.
—¿Y? —Martina arqueó una ceja—. Pues pide otro y te vas.
Salvador vio la hora en el reloj.
—En un rato Manuel viene por mí. Marti, está nevando a lo loco. Aunque nos divorciemos, ¿tienes que ser tan tajante?
¿Se iba a quedar ahí? Luciana dormía arriba