Aunque Martina también era médica, cuando el problema le cayó encima fue difícil mantener la calma. Por suerte, Luciana había vuelto: tenía en quién apoyarse, alguien que pudiera decidir con cabeza fría.
En Ciudad Muonio era de día, pero el cuerpo de Luciana seguía en horario de Toronto. Tomó la medicina para el desfase y, empujada con cariño por Martina, subió a dormir. Afuera nevaba, día perfecto para quedarse en casa; Martina se quedó a su lado, como en la época de la universidad.
A diferencia de Luciana, Martina durmió un rato y despertó. Bajó de puntillas, fue a la cocina, preparó un chocolate caliente; sin mucho que hacer, encendió la televisión y dejó un programa de variedades corriendo de fondo. Reía sola cuando sonó el timbre.
Para no despertar a Luciana, corrió a abrir.
—¿Quién es?
Al abrir, Salvador estaba en la puerta, cubierto de nieve.
—Marti.
Martina se quedó un segundo en blanco; miró escaleras arriba.
—¿Tan temprano?
Ese día tenían cita. Había que hablar de los término