—No —Martina negó con la cabeza, como si fuera lo más lógico—. Ya vamos a divorciarnos; no tengo por qué decirle nada. Esto es mío.
Luciana no pensaba igual. Frunció el ceño y la miró largo rato.
—¿Qué pasa? —Martina se frotó la mejilla—. ¿Traigo un grano de pan en la cara?
—No. —Luciana fue directa—. Dime la verdad: ¿decidiste divorciarte por tu enfermedad?
Martina se estremeció. Forzó una sonrisa.
—¿Por qué lo dices?
No hacía falta mucha vuelta. Martina era de carácter tranquilo, poco dada a los saltos al vacío; por más común que fuera un divorcio hoy, en ella sonaba a desvío. Si el matrimonio podía aguantar, y nada grave lo sacudía, no daría un paso así.
Pasó un momento, y Martina terminó por sonreírle, triste.
—Contigo no se puede ocultar nada. —Se señaló la cabeza—. Puede que no me quede mucho; no quiero seguir “arreglándomelas” con él. Quiero quitarme la etiqueta de sustituta cuando me toque irme.
—Marti… —Luciana le apretó la mano, con el corazón encogido.
—Cuando me casé —sigui