—Ajá, está bien.
—Así mañana, cuando vayas al aeropuerto, te la pones de una vez.
—De acuerdo. La llevaré puesta.
Luciana inclinó la cabeza y, con paciencia, remató la bufanda.
—Listo. —Se la volvió a anudar a Alejandro—. Quedó como quedó, pero esta es. Y no se vale criticarla.
—Ni pensarlo. —¿Cómo podría?
—Está nevando durísimo. Me pregunto si en Ciudad Muonio también.
—Sí. Y bastante.
—¿Sí? Entonces Alba ha de estar feliz. No sé si alguien estará armando muñecos con ella.
—Cuando llegue, yo se los hago. Uno como este: familia de tres.
—…Va.
Afuera, la nieve susurraba. Adentro, el silencio fue cayendo poco a poco. No dijeron nada más: hombro con hombro, miraron el jardín blanco a través del salón acristalado.
***
Madrugada, poco después de las cinco.
El sol no salía aún; la claridad de la nieve se filtraba por los ventanales. No habían encendido las luces: todo era bruma suave.
Alejandro abrió los ojos. Miró a quien dormía a su lado; con cuidado la sostuvo y la acomodó en el sofá. Tom