—¿Y tú qué haces ahí parado? —Ivana le soltó dos manotazos a su hijo—. ¡Pídele perdón a Martina! ¿Qué te dije? ¡No la vas a defraudar!
Salvador se quedó inmóvil, aguantando el regaño y los golpes sin defenderse. Miró a Martina.
—Marti, lo nuestro… volvamos a casa y lo hablamos, ¿sí?
—¿Hablar para resolver qué? —Martina negó con una sonrisa cansada—. Ya te lo dije: como no aceptaste, vine con tu mamá. Confío en que la señora Ivana entiende y no me va a obligar a quedarme.
—Soy adulto —Salvador apretó la mandíbula—. Ni mi mamá ni mi papá pueden decidir mi matrimonio.
—Entonces… ¿nos vemos en un juzgado? —Martina arqueó las cejas y, tras pensarlo, bajó la voz—. Mejor no. A mí me da igual; soy una mujer común. Tú no. Con lo que pesa la familia Morán en Ciudad Muonio, la prensa no te va a soltar. El hijo menor, recién casado… y ya tramitando divorcio.
—Marti…
—No quiero un escándalo —dijo con calma—. Si esto se hace público, será “infidelidad dentro del matrimonio” y a ti te hunde la reputa