Martina no dejó que la tocara; antes de que Salvador alargara la mano, ya había dado un paso atrás, fuera de su alcance. Lo miró a él, miró a Estella y sonrió apenas.
—Así que éste era tu “asunto” de esta noche.
La voz, fina como papel.
—Marti…
Salvador abrió la boca para explicarse y se quedó sin palabras. Martina tampoco le dio tiempo: se giró para irse.
—¡Marti! —Salvador la alcanzó y la sujetó del antebrazo—. Escúchame. No quise ocultártelo. Fue porque…
—Shhh. —Ella le clavó la mirada y bajó la voz—. Lo que tengas que decir, cuando termines aquí lo hablamos, ¿sí?
Barrió el pasillo con la vista: ya había miradas encima.
—¿O prefieres hacer espectáculo? Este fue mi hospital, mucha gente me conoce. Te pido que no me exhibas.
—Está bien —cedió él, sin soltarla—. Entonces nos vamos a casa.
—¿Ahora? —Martina alzó una ceja y, divertida, señaló detrás de él—. Yo puedo, pero tú no. Mira: te están esperando.
Salvador vaciló, bajó los ojos. Martina se soltó.
—Afloja. Yo me adelanto. Termina y