A Salvador se le quebró la mirada de golpe. En el camino de regreso ya lo sospechaba, pero escucharlo de su boca dolía mil veces más.
Se puso de pie, cruzó la sala en dos zancadas y se agachó frente a ella.
—En ese momento Estella se cayó. Tenía un dolor en el vientre, no podía moverse.
—Ajá. —Martina dejó que él le tomara la mano, pero el gesto no le movió un músculo—. Ya me lo dijiste. Fuiste a cuidarla. No tengo problema en entenderlo.
Cuanto más tranquila estaba ella, más pánico le entraba a él.
—Si lo entiendes… ¿podrías…?
—No. —Las pestañas de Martina temblaron apenas; negó con la cabeza, suave pero inamovible—. Desde tu lado, te comprendo. Que yo comprenda no significa que pueda aceptar ni acompañarte en eso.
Salvador la miró desde abajo. La voz simplemente se le quebró.
Había roto el acuerdo.
Ninguna palabra cubría el hueco que dejan los actos.
El miedo se le desparramó por el pecho. La rodeó con los brazos y la apretó contra él.
—Marti, por favor… dame otra oportunidad.
Ella l