Martina cerró la maleta; su decisión de irse era férrea.
—¡No te vas!
Salvador le arrancó el equipaje de las manos y, como si no bastara, de una patada lo aventó a un lado.
Martina se quedó helada.
—¿Cómo que “ya no puedes”? —escupió Salvador—. Doctora Hernández, con todo tu título, ¿en serio no sabes que la palabra se cumple?
—Sí —asintió—. Así debería ser.
—Entonces…
—Pero —sonrió leve—, la vida es corta. Lo entendí de golpe: quiero, por fin, hacer las cosas que siempre he querido.
—¿Y estar conmigo te lo impide? ¿Cuándo te he puesto límites?
—Salvador —lo miró directo; al hablar le dolió—. Lo primero que quiero hacer es terminar este matrimonio que nació torcido.
—¡Martina!
Se le salió de control. No lo entendía: hace nada habían prometido intentarlo. Ahora que lo de Estella Moretti estaba resuelto, ¿por qué ella volvía a romperlo todo?
Como no podía ganarle con palabras, dejó de discutir.
—¡No! ¡No acepto! ¡Sin mi permiso no das un paso fuera de Residencial Jacarandá!
Se dio media