La jeringa del demente ya había sido enviada a laboratorio: confirmaron presencia de VIH, muy probablemente su propia sangre. La aguja alcanzó a penetrar el brazo de Luciana, pero eso no significaba, necesariamente, que estuviera contagiada.
Como médica, tras atenderse de urgencia, lo habló con los especialistas que Enzo trajo a la mansión y acordaron un plan: aislamiento con profilaxis postexposición (PEP). Aunque el VIH tiene vías de transmisión específicas, prefería la máxima prudencia. En esa casa vivían su familia de sangre; por más que Enzo y Lucy no se inmutaran, ella tenía que pensar también en Kevin.
Enzo y Lucy cedieron: aceptaron el aislamiento. Aun así, todos los días pasaban a verla y a acompañarla. No les importaba desinfectarse al entrar y salir ni pensar en “niveles de exposición”. Estaban allí, y punto.
Esta vez, el que llegó fue Alejandro.
Cuando cruzó la puerta, encontró a Luciana inclinada sobre un contenedor, vomitando.
—¡Luci!
Aun desde el marco oyó con claridad l