—¡Ale! —Luciana le sostuvo el rostro con ambas manos, hecha un mar de lágrimas—. ¡Alba… Alba es tu familia! ¡Es tu hija… tu hija de sangre! ¡No estás solo en este mundo!
El hombre en sus brazos se estremeció. No era un delirio auditivo, pero alcanzó a esbozar una sonrisa débil.
—Sí… para mí, Alba es como si fuera mía…
—¡No! —lo cortó, sollozando—. ¡Es tu hija biológica!
—La Alba que adoras, la misma que sin que nadie le enseñe te dice “papá”… ¡es tu hija!
Alejandro hizo un esfuerzo por enfocar.
—¿Dices que Alba… es mía? ¿Nuestra?
—¡Sí! —asintió una y otra vez, ahogada en llanto—. ¡Es tu hija; es nuestra hija!
El impacto le atravesó el cuerpo como un mazazo. La voz le salió ronca:
—¿Cómo…?
—No te estoy mintiendo —Luciana respiró hondo—. ¿Te acuerdas de la suite presidencial 7203 del Hotel Real? Hace cinco años.
Alejandro se quedó rígido. Cómo olvidarlo. Aquella noche había encadenado todo el enredo posterior con Mónica Soler. Si ella sacaba ese tema…
—Entonces… —tragó saliva—. Esa noche