Capítulo 1365
—¿Qué comentario es ese? —Salvador, entre molesto y divertido—. ¿Alguna vez te he tratado mal?

—¿No? —Martina le devolvió la pregunta.

A él se le apretó un poco el pecho: sí, alguna vez se había pasado… pero jamás discutía eso; sabía leer el rostro de su esposa.

—Sigue. ¿Por qué?

—Porque… —Martina ladeó la cabeza— quiero subir un poquito de peso; ya no quiero oír que tu amante y tu esposa se parecen… Ay…

No terminó: él le apretó el hombro y le dolió.

—¿Ves? —lo miró con reproche—. Te pones de malas y ya estás apretando.

—Martina Hernández.

Cuando se enojaba, la llamaba con nombre y apellido.

—¿Me quieres provocar? ¿También te tragas las tonterías de los curiosos?

Con el fuego en sus ojos, a Martina le salió una sonrisa.

—Los de afuera hablan sin filtro: dicen lo que se les ocurre. Y tú te fijaste en mí porque me parecía a ella, ¿o no?

Él no lo negó. No podía.

Mientras su silencio pesaba, Martina alargó la mano, tomó una bolsa de papitas, la abrió y se llevó una al borde de los labios.

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