—Bien.
Colgó. La sonrisa de Martina se borró de golpe. Apenas dejó el teléfono, la puerta se abrió.
Salvador entró secándose el pelo; recién duchado.
—Estabas dormida —explicó—. Bajé al gimnasio un rato y me metí a bañar.
Martina no opinó. Señaló el celular.
—Estella te llamó. Yo contesté.
Salvador se quedó un instante con la toalla en el aire.
—¿Y… qué dijo?
—Que gracias por lo de Renato. —Lo miró con una sonrisa ancha—. El señor Morán sí que es un alma caritativa: hasta al marido de la ex le tiende la mano. Yo pienso…
—¿Qué piensas? —él le cortó el hilo, serio; tiró la toalla como fuera, la alzó y la sentó sobre sus piernas—. Al final ella es mi ex. Tú no. Tú eres la mujer con la que crucé el altar y juré. Si te atreves a irte, no voy a ser bueno ni contigo ni con tu familia.
Hablaba en serio, con filo en la mirada.
—¿Para tanto? —Martina forzó una risa—. ¿Podemos no ponernos así?
—…Tienes razón —él resopló—. ¿De veras no podemos disfrutar la luna de miel sin volver a lo mismo?
—¿Yo?