La última vez que Luciana durmió en la Casa Guzmán había sido hace muchos años.
—Ay… —suspiró Amy a su espalda, avisándole que ya estaban listas las toallas—. Tantos años y aquí no cambió nada. Tus cosas siempre se quedaron colgadas… Los dos primeros años, el señor Alejandro ni soportaba oír tu nombre; luego se fue a vivir aparte, y aun así nadie se atrevió a tocar nada. Quedó todo tal cual.
Pasó la mano por la ropa del clóset.
—Aunque han pasado años, no pasaron de moda. Y tu talla no cambió; te queda todo.
—De veras que es… —Luciana, con los ojos húmedos, soltó una queja cariñosa—. Terco.
—Terco, sí… ¿y qué hacemos? —Amy le tomó las manos—. Si pudiera cambiar, ya habría cambiado. Luci, el señor Alejandro no es tan invencible como parece. Su mayor punto débil es que está demasiado solo.
Desde niño lo dejaron, y lo que más ha anhelado es tener una familia suya.
—Sé que me meto donde no me llaman —se le quebró la voz—, pero ya no le queda familia. Yo lo vi crecer. Es un buen muchacho. ¿