Él lo dijo así porque ya había adivinado con quién había estado hablando.
Luciana sostuvo la taza con ambas manos y bebió a sorbitos.
—Oye… —Ale tomó la otra taza y, con cautela, la miró—. ¿Está bien que te quedes aquí? ¿No te meto en problemas?
La necesitaba, sí. Pero no quería ponerla entre la espada y la pared.
—No. —Luciana giró la taza despacio—. Ya le dije que estos días me voy a quedar en la Casa Guzmán.
—¿Y… no se opuso?
—Ajá. —Asintió.
Por lo menos, de frente no se opuso. Conociendo a Fer, de verdad lo aprobaba; si estaba incómodo, no lo sabía. Y de momento tampoco quería darle más vueltas. También era una persona: no podía con todo a la vez.
—No hablemos de eso… —Luciana se inclinó y le sostuvo la mirada; le vio las venitas rojas y las ojeras—. Tómate la infusión y duérmete bien.
—Ajá. —Ale asintió, pero aún preguntó—. Cuando despierte… ¿vas a estar?
Había inquietud y un poco de esperanza en esa voz. A Luciana se le ablandó el pecho.
—Depende de cuánto duermas. Mañana tengo q