Por más que Alejandro dijera “borrón y cuenta nueva”, nadie estaba seguro de que fuera en serio. Si él, con sus conexiones, había logrado traer refuerzos de afuera, ¿no podría después pasar factura? Con el beneficio a la vista, más de uno pensaba que quizá convenía seguir apostando por los dos “nuevos Guzmán”.
Cuando Miguel llegó, el ambiente seguía empatado.
—Abuelo. —Alejandro salió del salón chico y, al verle el semblante, frunció aún más el ceño—. ¿Otra vez aquí? Le dije a Felipe que yo solo podía con esto.
—Sí, sí —Miguel sonrió, condescendiente—. Entiendo, pero en el hospital no me hallo.
El rostro de Alejandro no se ablandó ni un poco.
—Está bien —lo serenó Miguel—. Solo miro y espero noticias. No haré nada, ¿vale?
A Alejandro le dolía que el viejo se preocupara así; sabía, además, que no lograría convencerlo de volver. Optó por ceder:
—Entonces descanse en la sala privada. —Y, antes de que el otro replicara—: Si no acepta, Felipe lo regresa ahora mismo al hospital. ¡Felipe…!
—¡