Capítulo 1297
La caja guardaba un juego completo de rubíes.

El rubí era la piedra de la suerte de Martina, y su favorita. El peso de aquel conjunto —y de su precio— se le sentó en el pecho.

Además, había una nota.

La tomó. Antes de abrirla, ya presentía de quién era.

Acertó: letra de Vicente Mayo.

“Marti, abres una etapa nueva. Lamento no estar ahí.

Que encuentres a la persona justa, la que te construya una ciudad de alegría.

Marti, que seas feliz.”

No era larga, pero le humedeció los ojos. Más allá del desencuentro, quedaban diez y tantos años de amistad. Recibir su deseo la alegró, con ese ardorcito leve.

“Hay personas que no son para novios —pensó—. Como amigos, duran más.”

Guardó los rubíes y los llevó al vestidor.

Los ojos le ardían de lo llorado. Por la tarde tenía que ir a la universidad, así que bajó a cocina.

A esa hora, Julia Sánchez andaba entre ollas.

—Señora, ¿le acerco algo?

—Unos cubitos de hielo —sonrió—. Yo me apaño, tú sigue.

—Bueno.

Julia observó cómo llenaba una bolsita, la cerra
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