En el fondo, Enzo sentía lo mismo que Lucy: sospecha y miedo.
—No —dijo ella, tomando el celular—. Voy a llamarla. Necesito preguntarle.
—Lucy —Enzo le sujetó la mano—. Piensa: si Luci de verdad solo se atrasó por trabajo, una llamada así la pondrá en alerta.
Ella se quedó inmóvil.
—Entonces, ¿qué hacemos?
—Esperar un poco más, ¿sí?
Enzo la ayudó a ponerse de pie y la llevó de regreso a la habitación.
—Tú conoces el carácter de Luci. Si se entera de ciertas cosas, me temo que…
No terminó la frase. No hizo falta. Lucy entendió y asintió, pálida.
—Ya sé.
“Yo no tengo derecho”, pensó. Una madre que abandonó a su hija, ¿con qué cara vuelve a preocuparse por ella?
Esa noche el insomnio no fue solo de Luciana. Lucy se quedó con los ojos abiertos hasta el amanecer.
Temprano, después de despedir a Enzo y a Kevin, ya no pudo quedarse quieta. Entendía los argumentos de Enzo, pero no tenía su sangre fría. Extrañaba a su hija. Por ella había vuelto de Canadá a Ciudad Muonio.
Le marcó.
El número se