Se inclinó, dejó el ramo frente a la lápida y dio media vuelta.
Luego caminó hasta la tumba de Ricardo.
—Papá.
Se agachó, acomodó las flores y, al mirar la foto en la lápida, los ojos se le encendieron de rojo.
—Tú y mamá… ¿qué pasó realmente entre ustedes? Ya no estás; ni siquiera sé a quién preguntarle.
Alzó la mano y limpió con cuidado el polvillo de la imagen.
—Papá, quiero que descanses junto a mamá… ¿te haría feliz?
La brisa tibia de la tarde fue su única respuesta.
Luciana soltó una risita queda.
—Estás contento, ¿verdad, papá?
A sus espaldas estalló una risa helada.
Luciana se giró en seco y reconoció a una vieja conocida: ¡Clara Soler!
En este regreso había visto a Mónica Soler, pero a Clara no la veía desde hacía años. ¿Qué hacía allí? Venía con las manos vacías; no parecía venir a visitar a nadie.
—No me mires así —dijo Clara, con la misma mirada filosa de siempre—. No es casualidad encontrarme aquí: vine a esperarte.
—¿Qué? —parpadeó Luciana—. ¿Me estabas buscando?
—Si no,