—¿“Hablar”? —Martina soltó una risa seca—. No hay nada que hablar. ¿Olvidas que tú me dijiste que me fuera? Hombre hecho y derecho: lo que se dice, se sostiene. ¿O ahora te echas atrás?
Antes de que Salvador respondiera, siguió:
—Señor Morán, quiero creer que usted no es así. Ya dije lo que tenía que decir. De aquí en adelante, cada quien por su camino. No vuelvas a contactarme.
—¡Martina!
Salvador la cortó, apremiante:
—Estuve mal por hablarte fuerte, sí, pero seamos justos: ¿no fuiste tú quien empezó quedándote con algo que no era tuyo?
—Sí —admitió ella sin rodeos—. Me equivoqué. ¿Y? Aunque mereciera el infierno, no cambia que tú me dijiste que me fuera.
—Martina…
Se le hacía un nudo en la cabeza. Ya de por sí ella estaba con él a medias, y ahora tenía esa frase para clavársela.
—Si estás enojada, lo entiendo, pero…
—Salvador. —Martina lo interrumpió, tranquila—. La verdad: no estoy enojada. Al contrario, estoy contenta. Y sabes por qué, aunque no te lo diga.
—¡Martina!
A él también