Apenas Estella se fue, la cara de Salvador se vino abajo.
Martina se había marchado: bastó una frase suya… y se fue.
Tch. Se llevó los dedos al entrecejo. Al enfriarse, lo vio más claro: había sido impulsivo —sí—, aunque ella tampoco estaba bien reteniendo algo que no era suyo.
Pero Martina no es de perder los límites porque sí; seguro lo calculó para hacerlo estallar.
Y él, fácil de provocar, mordió el anzuelo.
¿Dónde estaría ahora?
Marcó su número.
Entró la llamada, pero no contestó. Volvió a intentar: esta vez, inaccesible.
Le cayó la ficha: lo había bloqueado.
Abrió la app de mensajes:
“Martina, ¿dónde estás? Voy por ti.”
Al tocar “enviar”, apareció un signo de exclamación rojo. También lo tenía bloqueado ahí.
Soltó una risa incrédula.
“Vaya carácter, doctora.” ¿Una sola vez que le habla duro borra todo lo demás?
¿Y mañana qué? Tocaba ir a su casa a ver a sus padres…
¿A dónde podría haber corrido?
Guardó el teléfono y salió.
—Señor Morán —dijo Julia, con cautela—, la señorita salió