—¿“Tuyo”? —Martina alzó la ceja, con media sonrisa—. Pero lo bajó Salvador desde arriba, ¿no?
—Sí —asintió Estella—. Es algo que le pedí que hiciera por mí. En efecto, es mío.
—¿Ah, sí?
—Martina —la voz de Salvador se tensó; el gesto, severo—. Entrégaselo a Estella. No estoy bromeando.
Vaya tono. Desde que lo conocía, jamás la había tratado así. Ni cuando ella quiso dejarlo.
Claro. Ahí estaba la diferencia entre la “oficial” y la sustituta. Con la primera presente, ¿qué era ella?
Le vino bien.
—¿Y si no se lo doy? —sonrió, apretando el sobre—. ¿Qué piensas hacer?
Abrió la solapa.
—¿Qué guarda esto? A ver…
—¡No!
—¡Martina!
Salvador le sujetó la muñeca de un golpe.
—Ah…
El crujido la atravesó; soltó por reflejo, pero enseguida abrazó el sobre con el otro brazo, pegándolo al pecho.
—Ajá —lo miró con desafío—. ¿Qué hay aquí? ¿Pruebas de algo que no quieren que se vea?
—¿Qué estás diciendo? —Salvador se heló.
—¿Yo “inventando”? —deslizó la mirada hacia Estella—. Señor Morán, ¿tan difícil es