Y no se quedaba ahí.
Sentada, Martina se recogió el pelo. Al parecer le molestaba suelto; estiró la mano hacia debajo de la mesa de centro, sacó una liga, juntó la melena y la ató a la nuca.
El gesto fue tan natural que quedaba claro: no era la primera vez que lo hacía allí.
A Estella le cruzó una idea y la dijo sin pensar:
—¿Vives aquí?
—¿Eh? —Martina parpadeó y asintió—. Sí.
En los ojos de Estella pasó una chispa de sorpresa.
¿Convivían? Tantos años y Salvador siempre había estado solo. Mujeres notables a su alrededor no faltaban, pero nunca parecía interesarse… Y con Martina, a los pocos meses, ya vivían juntos.
Estella miró ese rostro parecido al suyo y el ánimo se le hizo un nudo.
A los minutos, Salvador bajó con un sobre de documentos en la mano. En ese momento Julia venía de la cocina con un vaso.
—¿Es el agua de Martina? —preguntó él, extendiendo la mano.
—Sí.
—Dámelo, yo se la llevo.
Con el vaso en una mano y los papeles en la otra, se acercó, dejó el sobre en la mesa y destap