Luciana fue a Residencial Jacarandá después del tratamiento.
—Llegaste —dijo Martina desde la sala; no estaba arriba.
—¿Cómo bajaste? Pensé que la pierna no te dejaba.
—No es para tanto; no está rota —torció los labios—. Si me quedo ahí encerrada me salen hongos. Bajé a recibirte y de paso me muevo tantito.
La tomó de la mano.
—Vamos, arriba hablamos.
Y, sin olvidar a quienes las seguían:
—No hace falta que suban —le dijo a la cuidadora—. Mi amiga es médica; ella me cuida.
—Claro, señorita Hernández —asintió la mujer. Julia miró a Luciana con alivio y se quedó en planta baja.
—¿Ves? —bufó Martina mientras subían—. Aquí tengo a Julia y a una “cuidadora”. ¿Cuidadora? Vigilante, más bien.
Luciana negó con la cabeza. “Las apariencias engañan; con Salvador Morán se cumple al pie de la letra. Por fuera, más amable y cortés que Alejandro; por dentro…”
Cerraron la puerta. A Martina se le encendieron los ojos.
—¿Lo trajiste?
—Sí.
Luciana abrió la mochila y sacó una cajita de pastillas. Antes de