En la casa había climatización 24 horas; acostados cuello con cuello, el calor empezaba a sentirse.
Sin embargo, no terminó ahí.
—Marti.
Salvador susurró su nombre, muy bajo, como comprobando si ella ya dormía.
Martina no respondió; no sabía qué pretendía.
—Marti…
Volvió a llamarla y, enseguida, un beso tibio le cayó en la piel del cuello. Martina abrió los ojos de golpe.
Poco a poco, él apretó la intensidad.
Probó de todo…
Al final, Martina no aguantó. —¿Vas a dormir o no?
El hombre no se detuvo. —Dame un beso. Si no me besas, no puedo dormirme.
—¿Y así no te desvelas más? —soltó Martina, con una risa fría y doble sentido.
—Sí.
Salvador, frustrado, se detuvo y hundió la cara en el hueco de su cuello. —Marti, recupérate pronto.
Y pensándolo mejor, añadió: —No, no hay prisa… tenemos toda una vida. Que te repongas bien es lo más importante.
—Bien.
Martina cerró los ojos. —Suéltame, quiero dormir en paz.
—Así está bien. Los esposos duermen abrazados.
—¡No somos esposos!
—Pronto lo seremos