Martina lo detuvo a prisa, azorada e insegura. —¿Qué estás haciendo?
—¿Qué pasa?
Salvador no vio nada raro. —A Julia la contraté para cuidarte. Si no quieres que te cuide, lo lógico es despedirla.
Lo dijo con ligereza, como si hablara de algo sin importancia.
—Si ella no te gusta, te consigo otra mejor…
—¡No!
La serenidad de él la asustó.
¿Qué tenía que ver una empleada con lo de ellos? ¡Qué hombre tan peligroso! Sabía perfectamente dónde apretarla… y lo hacía con toda facilidad.
Martina no tuvo salida. —Como, como.
No quería que alguien perdiera el trabajo por su culpa.
—¿Ya te dio hambre?
Salvador, igual de sereno, sin enojo ni exaltación. —Entonces prueba la mano de Julia Sánchez y dime si te gusta.
—…Está bien.
Y sí: Julia cocina muy bien.
Aunque era una mesa de platillos ligeros —caldito de pollo, arroz blanco, verduras al vapor—, todo estaba cuidado y se antojaba; la porción, justa.
Martina dejó de pelear; con el apetito abierto, comió bastante.
—Ya. No más.
Fue Salvador quien, a