—Vámonos.
Salvador se inclinó, la cargó y entraron al baño.
El agua ya estaba corriendo.
Martina le rodeó el cuello, ojos muy abiertos:
—Espera… ¿nos bañamos juntos?
—¿Y por qué no? —alzó una ceja—. Ya tengo “título”, ¿o no?
Ay, por favor. Martina sólo pudo reírse sin palabras. El señor Morán, desinhibido como siempre.
La “campaña” fue larga… por suerte, sobró tiempo.
Contrario a lo que imaginó Salvador, Martina era demasiado nueva en esto. Él acabó sudando; ella, con los ojos enrojecidos, lo miró como quien pide tregua:
—Salva, más suave… porfa.
¿Qué podía hacer? Él no tuvo más que cariñarla, besarla y mecer la voz:
—Shh… ya, ya. No llores.
Y entonces, como mariposa que rompe el capullo, ella cambió: del temblor al fuego.
***
Al amanecer, Salvador despertó primero. La mujer en sus brazos dormía tranquila; aún se le veía un poco hinchado el párpado. Le ablandó el corazón.
Había sido su cumpleaños… y ella le había dado el regalo más grande.
Él no se atoraba con el pasado de nadie, pero