Capítulo 1191
Salvador la sacó del restaurante en brazos, la acomodó en el auto y se inclinó para abrocharle el cinturón.

No arrancó de inmediato. Le apartó un mechón de la sien y le rozó la cara con los dedos.

—Esta noche… no regresamos a casa de mis suegros, ¿va?

—¿Cómo que “suegros”? —Martina se rió y le dio un golpecito—. No inventes.

—Tsk —fingió molestia y le robó otro beso—. ¿No aceptaste la propuesta? ¿Mm, futura señora Morán?

—…Bueno —jugueteó con los dedos—. Si no vamos a mi casa, ¿a dónde?

—A mi casa… a nuestra casa.

Al decirlo, le brillaron los ojos.

A Martina le apretó un poco el estómago; tragó saliva.

—¿Y qué piensas hacer?

Era un sí. Con reservas, quizá; pero sí.

Cerró la puerta del copiloto, rodeó el coche y condujo. Entre tantas propiedades en Ciudad Muonio, llegaron al Residencial Jacarandá, donde él solía quedarse.

Aunque a menudo dormía en la casa familiar, ese departamento, aun con visitas frecuentes, seguía impecable, casi como muestra.

Esa noche, no: alguien lo había preparad
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