—¿Qué cosa? —Alejandro no entendió.
—¡Dámelo! —Juana infló las mejillas—. El menú. ¿No me invitaste a comer? Tengo hambre.
—Claro.
Alejandro le pasó la tableta.
—¿Qué vas a comer tú? —preguntó ella.
—Pide lo que te guste. Yo, lo que sea.
Últimamente no tenía apetito: se llenaba de trabajo y se le olvidaba comer. Ahora comer era, para él, apenas combustible: le daba igual el plato.
—Está bien.
Juana no se contuvo y pidió media carta.
¿Así de buen diente? A Alejandro se le vino Luciana a la cabeza: siempre comía bien. Por su trabajo gastaba energía y el hambre le volvía puntual…
—Oye —Juana cerró el pedido y lo miró—, ¿podemos ser amigos?
Se conocían desde hacía tiempo, pero como ella lo perseguía y él se le escabullía, ni a amigos llegaban.
—Por supuesto —no la rechazó.
—Tú lo dices, ¿eh? —alzó la derecha y dio un golpecito en la mesa—. Los hombres cumplen su palabra, ¿sí?
—¿Quieres decir “palabra de caballero no se echa atrás”?
—¡Eso! —aplaudió.
Alejandro sonrió de lado.
—De acuerdo.
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